jueves, 27 de octubre de 2011

Halloween: origen y versiones de una tradición milenaria

Hace algún tiempo trabajé como directora de un programa de estudios en Salamanca. A lo largo de siete años tuve que desempeñar muchas labores distintas en ese puesto. Entre mis actividades preferidas con cada uno de aquellos grupos de universitarios estadounidenses estaba la explicación de términos lingüísticos y notas culturales de nuestro país. Lo curioso es que a veces también tenía que explicarles aspectos de la cultura americana y anglosajona que desconocían. Por eso un día decidí contarles qué era Halloween y cuál era el equivalente en otras culturas. Lo que sigue es el texto que escribí para mis estudiantes de entonces (con una leve modificación al final). Espero que aporte información también para alguno de vosotros.
 
 
El día de Halloween tiene su origen en una antiquísima fiesta celta llamada Samhain o Shamhain, que significa “el final del verano”. En aquellos tiempos remotos, ese día marcaba el final de las cosechas y del año celta. También era una celebración en la que se rendía homenaje a los muertos. Duraba desde la puesta de sol del día 31 de octubre hasta el amanecer del 1 de noviembre. Según las creencias celtas, durante esa noche apenas había separación entre el mundo de los muertos y el de los vivos o, dicho de otro modo, se creía que era posible acceder al otro mundo directamente. Son numerosas las leyendas celtas que relatan episodios en los que los mortales entran en contacto con seres del más allá, con seres mágicos (elfos, hadas, duendes…) o incluso tienen el privilegio de viajar en el tiempo gracias a las fuerzas naturales y sobrenaturales que se desencadenan en fechas tan señaladas. Ese carácter sobrenatural se trasladó luego a otros ritos y cultos asociados con la magia y la religión, de ahí que Halloween se conozca también como el Día de las brujas. 
 
 
En esa noche especial se colocaban luminarias en las ventanas y las puertas de las casas que servían para dar la bienvenida a las almas de los seres queridos, pero también funcionaban como amuletos protectores contra los malos espíritus. Cuando los primeros colonos llegaron a Norteamérica, importaron esta tradición, incorporando por primera vez el uso de las calabazas iluminadas. Por cierto, las calabazas, originarias del continente americano, no se conocieron en Europa hasta el siglo XVI.
 
 
Cuando el cristianismo se extendió por Europa adaptó muchas de las fiestas paganas a la nueva religión, ya que la gente se resistía a abandonar sus ritos y cultos ancestrales. Así es como se inicia un sincretismo en el que a los antiguos dioses paganos se les coloca un disfraz con los rasgos de las principales figuras cristianas. Al no poder desterrar la fiesta de Samhain y su fuerte significado simbólico, la Iglesia decidió crear el Día de todos los santos. De este modo, no sólo se recordaba a los difuntos sino que se aprovechaba esta fecha para inculcar en los fieles el miedo a la muerte, recordándoles que tenían que obrar conforme a la doctrina cristiana para no acabar ardiendo en las llamas del infierno. Es un día de oraciones y de visitas al cementerio, una manera de recordar a los seres queridos que ya no están con nosotros. Por eso el día 1 de noviembre hay un montón de gente vendiendo y comprando flores para llevarlas al cementerio y adornar las tumbas de los familiares muertos.
 
 
La idea celta de que en esta fecha desaparecían las fronteras entre el mundo natural y el sobrenatural también se adapta a las nuevas creencias cristianas. Se pensaba que en la víspera de Todos los santos (la noche del 31 de octubre) las almas vagaban a sus anchas por el mundo; incluso se decía que los difuntos salían de sus tumbas para perturbar la paz de los mortales. Por eso los cristianos también desarrollaron su propio sistema de protección contra los espíritus: las campanas de las iglesias tañían durante la noche para espantar a los posibles espectros. Esta tradición se mantuvo en muchos lugares de España hasta no hace muchos años junto con otra que se estableció a partir del siglo XIX: cada año por estas fechas se representaba en el teatro Don Juan Tenorio, del escritor José de Zorrilla. En esta obra del romanticismo español, el elemento mundano y pecaminoso que representa el protagonista queda anulado y transformado gracias a la actuación cristiana de su antagonista, Doña Inés. En esa pieza teatral también desaparecen las fronteras entre este mundo y el más allá, los difuntos se mezclan con los mortales y el elemento sobrenatural se convierte en protagonista. De ahí que se empezara a representar la obra cada año en tan señalado día, aunque la mayoría de la gente no sepa qué tiene que ver este mujeriego empedernido con los difuntos.
 
 
Pero volviendo a la celebración de la fiesta, se dice que en la noche de Samhain, además de las luminarias se dejaba comida en la entrada de las casas, en los altares y en los caminos para que los seres del otro mundo pudieran saciar su hambre. Se dejaban alimentos especialmente para los espíritus perdidos o los que no tenían descendencia. El famoso Día de los muertos, tan celebrado en México y Centroamérica, tiene mucho de esta tradición que combina elementos paganos y cristianos (importados al Nuevo Mundo por los españoles) y aspectos de la cultura precolombina que, al igual que otras muchas culturas, concede un papel primordial a los ritos relacionados con la muerte. Los mexicanos honran a sus difuntos ese día con bailes y comida variada (pan de los muertos, calaveras de dulces o alfeñiques, etc.), pero al mismo tiempo quieren alejarse del miedo que les produce la muerte; por eso han desarrollado una parafernalia que satiriza y ridiculiza todo lo referente al más allá. El artista mexicano José Guadalupe Posada seguramente podría explicarnos muchas cosas al respecto y relacionarlas con sus dibujos de esqueletos y calaveras (aunque él los utilizó principalmente para hacer una crítica mordaz acerca de la sociedad de su época). En Estados Unidos, debido a la influencia de la cultura hispana, en especial de la mexicana, se celebra tanto la fiesta de Halloween como el Día de los muertos.
 
 
Sea cual sea la forma que adopte esta celebración, lo cierto es que a la noche del 31 de octubre se le atribuye un simbolismo especial en culturas muy diferentes. En España no se decoran las casas con calabazas, brujas y seres terroríficos de color negro y anaranjado; ya ni siquiera se tocan las campanas para asustar a los malos espíritus. Sin embargo, cada vez es más habitual encontrar lugares públicos, sobre todo bares y restaurantes, en los que se pueden ver objetos y colores relacionados con esa tradición pagana. En Salamanca, a pesar de que se tiende a conquistar la voluntad de los numerosos estadounidenses que pululan por los pubs, sigue imperando la tradición católica. Así que en lugar de calabazas, alfeñiques o calaveras, se puede degustar la comida típica de estos lares: los famosos huesos de santo (hechos con pasta de almendra, azúcar, yema y otras delicias) o los buñuelos de viento (masa de harina con varios ingredientes que se fríe y que se puede rellenar de nata, crema o chocolate). Si no sabes hacerlos, podrás encontrarlos en cualquier pastelería, aunque es probable que el precio espante a más de un alma en pena. Son nuevos tañidos para tiempos modernos.
 
 
HAPPY   HALLOWEEN!!!