martes, 23 de julio de 2013

María Moliner, mucho más que un diccionario

Cuando era estudiante de Filología tuve un profesor a quien recuerdo con mucho respeto y del que aprendí muchísimas cosas. En una de sus clases, D. Eugenio Bustos nos dijo que si queríamos usar correctamente las palabras teníamos que echar mano continuamente del diccionario de la Real Academia pero, sobre todo, teníamos que tener muy cerca el mejor diccionario que existía: “el Moliner”.

El nombre de esta obra viene del apellido de su autora. Sí, he dicho bien, autora. La persona que llevó a cabo tan ingente labor fue María Moliner —también se llama a este diccionario “el María Moliner”— y lo elaboró ella sola a lo largo de quince años. He descubierto que hay muchísima gente que no sabe quién era esta señora ni lo que hizo, por eso quiero hablar hoy de ella y homenajearla desde mi humilde cueva.


María Juana Moliner Ruiz (Zaragoza 1900 – Madrid 1981) fue una mujer inteligente y tenaz que se formó en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza, donde se licenció en Historia con las máximas calificaciones. Tras aprobar unas oposiciones ingresó en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, lo que la llevó a trabajar en el Archivo de Simancas, en el de la Delegación de Hacienda de Murcia y en el de Valencia. Se casó con un catedrático de Física que era de ideología de izquierdas, como ella, con quien tuvo cuatro hijos. Su labor como bibliotecaria fue esencial durante muchos años hasta que en 1939, tras la derrota de los republicanos, el bando ganador se encargó de depurar tanto a María como a su marido, Fernando, —depurar consistía en sancionar a un funcionario por su conducta política—, siendo expulsados de sus respectivos puestos de trabajo. Pasarían muchos años antes de que volvieran a ocupar un cargo acorde con sus capacidades.

María Moliner pasó varios años de su vida dedicada a su marido, que se había quedado ciego, y a concluir el Diccionario de uso del español (DUE) que se publicaría en dos volúmenes en 1966-1967. La razón por la que quiso realizar esta labor titánica fue, como ella mismo dijo, que el diccionario de la RAE estaba anticuado. María Moliner se zambulló en los periódicos y textos contemporáneos y en otros diccionarios para extraer las diferentes acepciones que proporcionaban los vocablos de una lengua viva en su uso diario.


En 1972 María Moliner fue propuesta para ocupar un puesto en la Real Academia, en la que no había habido ninguna mujer desde su fundación en 1723 (en 1784 María de Guzmán, la primera doctora por la Universidad de Alcalá, había sido nombrada socia honoraria, pero parece ser que tras su discurso de ingreso no volvió por la institución). Sin embargo los grandes académicos del momento, a excepción de los dos o tres que propusieron a María, estimaron que al no ser filóloga no podía formar parte de tan selecto comité. La anquilosis intelectual que padecían tan perspicaces señores no encontraría vacuna hasta 1978, año en el que Carmen Conde se convertiría en la primera mujer admitida en la Academia. María Moliner pagó un alto precio por ser mujer y, supongo, por haber cuestionado la validez de un diccionario desfasado que gozaba de la anuencia de mentes bastante caducas. Con el tiempo se ha pretendido dar explicaciones razonables y maquilladas a tal rechazo, lo que pasa es que a estas alturas ya todos hemos alcanzado la mayoría de edad.


Pero como esta vida es tan injusta y descabellada, María Moliner recibiría otro castigo, uno de los peores que puede sufrir alguien de su talla: empezó a perder la memoria, a olvidar las palabras que tanto amaba. En torno a 1975 se le diagnosticó una arteriosclerosis cerebral, similar a lo que hoy se conoce como la enfermedad de Alzheimer. Desgraciadamente, Gabriel García Márquez, uno de los mejores propagandistas del diccionario, está peleando contra el mismo monstruo que devoró a María. Recomiendo un pequeño video de poco más de tres minutos en el que se habla de la devoción del autor colombiano por esta mujer extraordinaria:
http://www.youtube.com/watch?v=XjfOlwibiO0&feature=player_embedded
 
María Moliner no solo recopiló palabras para elaborar el DUE, sino que dotó a esta obra de unas características que no se encuentran en otras del mismo tipo. Lo fascinante del Moliner es que cuando quieres encontrar el significado de una palabra, ese vocablo está explicado de tal modo y relacionado con otros de tal forma que acabas dándote un paseo por el léxico, saltando de un término a otro casi sin querer. Supongo que, en cierto modo, es otra vía de aproximación a la cultura, cultura que María Moliner consideraba esencial para el desarrollo de un pueblo. Tal vez por eso puso tanto empeño en que los libros llegaran a cada rincón de nuestro país cuando estaba trabajando en Valencia, durante la Segunda República. Ese interés por propagar el conocimiento la llevó también a fundar, junto a un grupo de intelectuales, la Escuela Cosío, inspirada en la ideología de la Institución Libre de Enseñanza.  
 
Para quien esté interesado en ampliar la información sucinta que presento aquí sobre María Moliner, recomiendo un video en el que se recopila parte de su vida y obra. El video dura unos 40 minutos y vale la pena verlo entero. Este es el enlace:
A pesar de que María Moliner, la mujer, ha sido olvidada por muchos, su legado permanece. Por suerte para todos nosotros, el Moliner se erigió como estandarte de la lengua española hace mucho tiempo y sigue ostentando el título de mejor diccionario monolingüe de nuestro idioma en todo el mundo. Pero María Moliner es mucho más que un diccionario: es una mujer que se ha hecho inmortal.

sábado, 20 de julio de 2013

En tierra de lobos, la última novela de García Jambrina

Hace unos días leí en el periódico que el escritor Luis García Jambrina había publicado un nuevo libro, En tierra de lobos. Se lo comenté emocionadísima a mi marido y él, que no pierde la ocasión de regalarme libros en cuanto cree que alguno me puede interesar, volvió a casa ese día con un ejemplar en la mano. Bueno, me lo dejó encima del sofá, con su dedicatoria y todo, listo para ser devorado (sí, el libro también). Lo que sigue es el resumen que aparece en la contraportada del libro:
 

Marzo de 1953, una mujer es atropellada en una carretera comarcal de la provincia de Salamanca. Pocas horas después, el camillero del hospital de la capital llama por teléfono a Aurora Blanco, una conocida reportera de sucesos de Madrid, para comunicarle que la víctima ya estaba herida antes de ser arrollada. Cuando la periodista llega al hospital, la mujer ha desaparecido.

Así comienza este relato lleno de intriga y de crímenes, dentro de la mejor tradición de la novela negra de calidad, que es también un retrato de la España turbia y gris de los años cincuenta, un país donde, según la propaganda de la época, nunca pasaba nada, y, cuando pasaba, las cloacas del Estado se ocupaban enseguida de ocultarlo.

 
Parece ser que el personaje de la investigadora está inspirado en Margarita Landi, una reportera de El Caso que debió de ser muy famosa, aunque yo no la conocía. Sospecho, y ojalá que no me equivoque, que Aurora Blanco va a protagonizar más de una novela de Jambrina, que la va a usar de hilo conductor para desarrollar una serie que permita reemplazar a otros investigadores de cuño ibérico mucho más antipáticos y retorcidos. Yo soy más del tipo Catherine Willows, la detective de CSI, intuitiva, cercana e imperfecta, como corresponde a un ser humano que se precie. Traigo este personaje ficticio a colación porque el inicio de las tres novelas de Jambrina me resulta muy cinematográfico, similar al arranque de los capítulos televisivos de CSI en el que la escena inicial, además de ser clave en el desarrollo de la historia, acaba enriqueciéndose y conduciéndonos a vericuetos insospechados mediante giros y juegos de apariencias y engaños. Quizás por eso Jambrina, igual que yo, está fascinado por la figura de Fernando de Rojas, uno de mis prestidigitadores favoritos.       
 
Por si no se ha notado, confieso que soy devota de este señor, de Jambrina, desde que leí su primera novela, El manuscrito de piedra. Luego publicó El manuscrito de nieve, que para mucha gente es todavía más interesante que la primera obra, pero a mí me sedujo completamente con la primera. Se lo recomendé a mucha gente, les regalé el libro a varias personas y llevé a cabo mi propia campaña de propaganda para dar a conocer una creación que merece todos los honores. He intentado más de una vez hablar de El manuscrito de piedra en mi blog, pero es que no he sido capaz de hacerlo sin exponer el contenido, lo cual estropearía parte del encanto de la obra. De todos modos, intentaré hacerlo en un futuro próximo. Hoy me limito a encomiar a este autor zamorano que, además de contar historias, posee el raro don de saber escribir.