domingo, 8 de julio de 2012

El Codex Calixtinus ha vuelto, Deo gratias

Hace un año empecé este blog comentando la noticia de la desaparición del Codex Calixtinus. Hoy quiero mostrar mi regocijo por la recuperación del manuscrito que, asombrosamente, estaba muy cerca, en un garaje con muy mala pinta, al lado de otros objetos de valor y una cantidad ingente de dinero en metálico.   

Según lo que he leído en El País (http://elpais.com/tag/codex_calixtinus/a/), el día 3 de julio la policía arrestó a cuatro personas como presuntas responsables del robo. El principal sospechoso es un hombre que había trabajado como electricista para la catedral de Santiago y que, según su propia confesión, sustrajo el libro por venganza, aunque dista mucho de parecerse a la versión hamletiana, por poner algún ejemplo de glorioso desagravio. El juez ha mandado al electricista a la cárcel sin fianza.

Dicen que el códice fue hallado envuelto en unas bolsas de basura, lo que me ha traído a la memoria aquellas otras que cierto individuo de Marbella iba almacenando en su casa cual hormiguita, eso sí, viviendo al mismo tiempo bastante mejor que la incauta cigarra de la fábula, al compás de música y folclore. Y claro, he recordado también otros muchos casos en los que los supuestos culpables de robo, porque siempre son supuestos, se apropiaron de sumas de valor impronunciable. Por mi cabeza revolotean nombres con ecos de Gürtel, Camps, Costa, Urdangarín, los directivos de Bankia, los del Banco Vaticano, los de los otros bancos y cajas de España, etc., etc., etc. ¿Qué es lo que tienen en común todos estos sujetos? Pues que todos han pecado. Yo fui educada en la religión católica y, aunque todavía siga en estado de convalecencia, cuando oigo casos de estos me asaltan los conceptos religiosos antes que los términos penales. Lo que yo no sé es si los susodichos individuos ya han recibido el perdón divino o si están en ello.

Creo recordar que para que todo católico sea perdonado tras la comisión de un pecado, sea mortal o venial, el paso número uno es confesar la culpa, el número dos arrepentirse, el número tres recibir la absolución del sacerdote y el número cuatro cumplir la penitencia que éste le imponga. Es probable que todos, o la mayoría, de los personajes antes mencionados sean devotos-católicos-apostólicos-romanos, así que me pregunto si en algún momento habrán cumplido con el sagrado sacramento de la confesión en su totalidad; es decir, si habrán confesado ante Dios, o alguno de sus representantes en la tierra, su pecado contra el séptimo mandamiento. Lo que sí sabemos es que ante ningún juez de la tierra han confesado ninguna culpa; quizás por eso no esté ninguno en la cárcel, ni con fianza ni sin ella.

¿Cuál es, entonces, la gran diferencia entre los protagonistas de aquellos robos desmesurados y el actor principal del robo de Santiago? Pues yo no sé nada de leyes, pero sospecho que hay dos razones: una, que el que se apropió del códice indebidamente ha confesado su falta y dos, que los otros cortabolsas no son simples electricistas. Ahora resta por ver si en este caso se va a cumplir o no el refrán: el que roba a un ladrón…

De momento lo que más me preocupa es que el Códice, tras una breve exposición pública, volverá a ser guardado en un lugar secreto que solo conocerán tres personas, en lugar de permitir que pase a mejores manos que sepan cuidar de él en todos los sentidos, como sería lo más lógico. Desgraciadamente, parece que la sensatez es cosa terrenal, no divina. "Pensar en guardar el Códice fuera de la Catedral es una ofensa a Dios", ha dicho el deán de la catedral de Santiago. Pues nada, hágase su voluntad, no sea que se enfade y nos mande más plagas de las que ya padecemos.

Al menos nos alegramos de que el Codex Calixtinus haya sido rescatado brevemente, Deo gratias.