Hace
unos días leí en el periódico que el escritor Luis García Jambrina había
publicado un nuevo libro, En tierra de lobos. Se lo comenté
emocionadísima a mi marido y él, que no pierde la ocasión de regalarme libros
en cuanto cree que alguno me puede interesar, volvió a casa ese día con un
ejemplar en la mano. Bueno, me lo dejó encima del sofá, con su dedicatoria y
todo, listo para ser devorado (sí, el libro también). Lo que sigue es el
resumen que aparece en la contraportada del libro:
Marzo de 1953, una mujer es atropellada en una
carretera comarcal de la provincia de Salamanca. Pocas horas después, el
camillero del hospital de la capital llama por teléfono a Aurora Blanco, una
conocida reportera de sucesos de Madrid, para comunicarle que la víctima ya
estaba herida antes de ser arrollada. Cuando la periodista llega al hospital,
la mujer ha desaparecido.
Así comienza este relato lleno de intriga y de
crímenes, dentro de la mejor tradición de la novela negra de calidad, que
es también un retrato de la España turbia y gris de los años cincuenta, un país
donde, según la propaganda de la época, nunca pasaba nada, y, cuando pasaba,
las cloacas del Estado se ocupaban enseguida de ocultarlo.
Parece
ser que el personaje de la investigadora está inspirado en Margarita
Landi, una reportera de El Caso que debió de ser muy famosa, aunque
yo no la conocía. Sospecho, y ojalá que no me equivoque, que Aurora Blanco va a
protagonizar más de una novela de Jambrina, que la va a usar de hilo conductor
para desarrollar una serie que permita reemplazar a otros investigadores de
cuño ibérico mucho más antipáticos y retorcidos. Yo soy más del tipo Catherine
Willows, la detective de CSI, intuitiva, cercana e imperfecta, como corresponde
a un ser humano que se precie. Traigo este personaje ficticio a colación porque
el inicio de las tres novelas de Jambrina me resulta muy cinematográfico,
similar al arranque de los capítulos televisivos de CSI en el que la escena
inicial, además de ser clave en el desarrollo de la historia, acaba
enriqueciéndose y conduciéndonos a vericuetos insospechados mediante giros y
juegos de apariencias y engaños. Quizás por eso Jambrina, igual que yo, está
fascinado por la figura de Fernando de Rojas, uno de mis prestidigitadores
favoritos.
Por
si no se ha notado, confieso que soy devota de este señor, de Jambrina,
desde que leí su primera novela, El manuscrito de piedra. Luego publicó El
manuscrito de nieve, que para mucha gente es todavía más interesante que la
primera obra, pero a mí me sedujo completamente con la primera. Se lo recomendé
a mucha gente, les regalé el libro a varias personas y llevé a cabo mi propia
campaña de propaganda para dar a conocer una creación que merece todos los
honores. He intentado más de una vez hablar de El manuscrito de piedra en
mi blog, pero es que no he sido capaz de hacerlo sin exponer el contenido, lo
cual estropearía parte del encanto de la obra. De todos modos, intentaré
hacerlo en un futuro próximo. Hoy me limito a encomiar a este autor zamorano
que, además de contar historias, posee el raro don de saber escribir.
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