jueves, 7 de julio de 2011

¿Dónde está el Codex Calixtinus?

Esta mañana venía en el periódico la noticia de la desaparición del Códice Calixtino, o Codex Calixtinus, un manuscrito del siglo XII de gran valor artístico y cultural que se encontraba en la Catedral de Santiago de Compostela.

El códice se abre con una carta del Papa Calixto II dirigida, entre otros, al arzobispo de Compostela, Diego Gelmírez.  El pontífice habla de los numerosos milagros realizados por Santiago y de los avatares sufridos por el manuscrito, cuya supervivencia parece en sí misma milagrosa. Dicen las malas lenguas que el papa ya había muerto por esas fechas y que la carta fue una hábil invención, otra más en medio del Camino, para otorgar mayor prestigio al susodicho manuscrito. El caso es que a continuación de la carta encontramos un libro de liturgias y sermones que da paso a una relación de milagros atribuidos al apostol Santiago, muchos de ellos tomados de otras obras medievales que circulaban por Europa. Pero no acaban aquí las joyas que contiene este tesoro robado. El libro tercero habla de la evangelización del apóstol por tierras que luego serían España, y, más importante aún, de la "traslación" del apóstol desde Jerusalén a Galicia y la colocación de su cuerpo en el sepulcro.

Lo que sigue es, por razones puramente subjetivas, todavía más interesante, ya que recoge lo que se conoce como Pseudo Turpín, otro libro que relata las historias del emperador Carlomagno en la Península, de su sobrino Roldán y de la derrota que sufrieron los franceses en Roscenvalles. Parece ser que este texto fue escrito por un clérigo francés que pretendía hacer de Carlomagno el primer peregrino de Compostela (Santiago se le habría aparecido en sueños para mostrarle el camino de estrellas que debía seguir hasta llegar a su tumba).

Lo que hay a continuación es otro libro considerado la primera guía del peregrino de Santiago que se conoce; menciona los diferentes lugares de interés para visitar a lo largo del camino y recoge consejos y advertencias sobre los peligros que se pueden encontrar los incautos fieles durante su viaje.

El códice se cierra con unos apéndices que aportan aún más riqueza desde el punto de vista musical, histórico y literario.

Cuando desayuné esta mañana con la noticia de la desaparición del códice lo primero que me vino a la cabeza fue el día que descubrí la existencia de tal manuscrito. Luego recordé las numerosas horas de clase dedicadas a aprender cosas sobre él, las enseñanzas de mis profesores en la Universidad de Texas en Austin, las discusiones con mis compañeros americanos, tan interesados como yo en desentrañar misterios escritos hace siglos y desenterrar cadáveres apergaminados de personajes que muchas veces ni siquiera existieron. Y sentí nostalgia de aquella época de textos fundacionales, de cafés aguados, de donuts y cookies, de arroz chino barato, de ojeras diarias y de cigarrillos nocturnos; eché de menos la sensación de querer conquistar mundos que en realidad ya estaban conquistados. Y luego pensé que yo nunca había visto ese manuscrito y que seguramente nunca lo vería, pero me entró cierta inquietud al pensar que quizás nunca regrese a la caja fuerte donde reposaba, ajeno al espectáculo que lleva siglos desarrollándose al otro lado de su guarida.

¿Dónde estará el Codex Calixtinus? ¿Quién se lo habrá llevado? Unos dicen que ha sido una banda organizada, otros que un coleccionista. Si han sido profesionales, no sé dónde van a colocar semejante joya sin que salten las alarmas. Si ha sido idea de un coleccionista (¿podría haber sido una mujer?), me pregunto por qué hay gente que se empeña en poseer objetos que acaban en un sarcófago particular, en un acto completamente egoísta de niño malcriado que se niega obstinadamente a compartir sus juguetes. De repente se me vienen a la cabeza las teorías de Freud sobre la fase anal de ciertos individuos, pero supongo que ha sido sólo un lapsus que seguramente cualquier psicólogo será capaz de analizar(me). Claro que puestos a pensar, el hecho de que el pobre códice estuviera encerrado en la Catedral de Santiago también me pone triste, porque, al final, eso se parece bastante a ser cautivo de un coleccionista que no deja que nadie lo vea ni lo toque. ¿O acaso el clero de Santiago es más generoso?

Llevo todo el día mirando las noticias cada dos por tres con la esperanza de que digan que el Códice no ha desaparecido, que alguien lo sacó en estado sonámbulo de la caja fuerte, o que alguno de sus guardianes se empeñó en enseñárselo a alguien a cambio de algo y luego se le olvidó devolverlo antes de que saliera el sol. Quién sabe, a lo mejor el apóstol milagroso lo ha extraído temporalmente para leerlo y enterarse de lo que tiene que hacer para visitar su propia tumba. Quizás Santiago, cansado de tanto frío y tanta humedad, haya salido de su sepulcro y se haya ido a tierras más calientes con el códice bajo el brazo para leerlo a la sombra de una secuoya, más alla de Finisterre, hacia occidente, que de oriente ya tuvo bastante, el pobre mártir.Y digo yo, si Santiago lee el libro y se convierte en peregrino, ¿le darán indulgencias?

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