sábado, 9 de julio de 2011

Contra hipocresía, sinceridad

Me resulta muy difícil definir conceptos abstractos, da igual que se refieran a aspectos positivos o negativos. Usar sinónimos para explicar esas palabras puede ser útil, pero a veces los sinónimos se interpretan de manera diferente según convenga. A mí me fastidia mucho el uso que se hace habitualmente del término diplomacia y sus derivados. Si busco en el diccionario de la Real Academia, el DRAE que de tantos apuros me saca, las primeras dos acepciones que aparecen son “Ciencia o conocimiento de los intereses y relaciones de unas naciones con otras” y “Servicio de los Estados en sus relaciones internacionales”.

Hasta aquí, bien; eso es aplicable a las situaciones en las que vemos a diario a los representantes políticos de cada país, tratando siempre de mostrarse cordiales y estupendísimos con sus homólogos. ¿Y qué pasa cuando el individuo al que acabas de saludar es un dictador, un criminal que viola todos los derechos humanos de sus ciudadanos-súbditos? Pues depende, si nos da mucho dinero a cambio de hacer la vista gorda, no pasa nada; si tiene riquezas naturales en su país de donde se pueda sacar provecho, no pasa nada; si los atropellos los comete contra gente pobre, mujeres y niños, no pasa nada. Sigamos siendo amables los unos con los otros, hipócritas hasta el vómito, perdón, quería decir diplomáticos.

Vuelvo al DRAE y me fijo en las siguientes dos acepciones que definen el vocablo diplomacia: “Cortesía aparente e interesada”; “Habilidad, sagacidad y disimulo”. O sea, que lo que hace toda esa gente se parece más a estas definiciones que a las primeras. Pero vuelvo al diccionario y busco la definición de hipocresía: “Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”; y busco también fingimiento: “Simulación, engaño o apariencia con que se intenta hacer que algo parezca distinto de lo que es”. ¡Ostras! Pero si esto parece la definición de diplomacia, ¿o no? Es que las palabras son muy traicioneras, casi tanto como los micrófonos abiertos, y si no que se lo digan a Doña Esperanza Aguirre.

Resulta que la presidenta de la Comunidad de Madrid ha vuelto a tener “un desliz”. Que sí, que se ha vuelto a despistar y, como creía que no estaba en el escenario actuando en público, dejó al descubierto una vez más su verdadera personalidad, la que muestra su “habilidad, sagacidad y disimulo”, esa que no se disfraza de “cortesía aparente e interesada”. Y conste que he puesto a Doña Esperanza como ejemplo porque es el más reciente que he visto en la prensa, pero a todos nos consta que hay un buen puñado de personajes disfrazados con la capa diplomática. ¿Cómo podrían celebrarse tantas reuniones nacionales y tantas cumbres internacionales si no estuvieran todos siguiendo el mismo libreto? Todos se saben las mismas melodías y nos sueltan las mismas cantinelas, y nosotros las escuchamos tan tranquilos porque, al final, es más fácil decir que alguien es un buen diplomático a decir que es un hipócrita, o al menos es más civilizado, que es de lo que se trata.

Me encantaría oír lo que de verdad piensan muchos de los individuos que van de diplomáticos, esos que a micrófono abierto son muy elegantes y sólo usan buenas palabras. Me encantaría escuchar las palabrotas y los insultos, como los de Aguirre, cuando no están actuando delante de una cámara. A lo mejor así los guardiolas no estarían tan lejos de los mourinhos. Sí, ya sé, casi todo el mundo prefiere oír cosas bonitas aunque sean mentira, que escuchar verdades que siempre se tachan de groserías. Que ya sabemos cómo va esto: lo importante es aparentar buenas maneras, que se nos vea caballerosos y ecuánimes, aunque estemos engañando a todo el mundo. Y si tienes “un desliz”, no pasa nada, se dan cuatro explicaciones mal colocadas y el que escucha hace como que se lo cree para que no estalle el conflicto. Más o menos lo que hace una pareja cuando uno de los miembros le es infiel al otro: se pasa por alto la tontería del desliz y se sigue adelante con la cara sonriente y aparentando la mayor felicidad del mundo.     

Cuando veo a jefes de Estado, jerarcas y otras figuras públicas fingiendo, aparentando lo que no son, no entiendo por qué no se les llama actores, por ejemplo, que es la profesión más cercana que conozco a la de usar máscaras para representar un papel. ¿O estamos más bien hablando de la noble profesión del payaso? Bueno no, porque en este caso se trataría sobre todo de hacer comedia, mientras que las situaciones a las que yo me refiero son bastante trágicas. Sin embargo, seguiremos confundiendo deliberadamente los papeles y los términos. Cuanto más miente alguien, cuanta más habilidad tiene para engañar, más cualidades se le atribuyen como negociador, como intermediario o como diplomático. No sé en qué momento la hipocresía se convirtió en diplomacia, o al revés, pero es obvio que esta sociedad nuestra tiene un grave problema si considera la mentira y la estafa como una virtud en lugar de un vicio. Y lo peor es que no hace falta subir a las altas esferas políticas para encontrar esto. Basta con mirar alrededor y darse cuenta de que el más listo siempre es el que engaña antes; el payaso tonto es siempre el engañado.

¿Y por qué entra todo el mundo en este circo? Supongo que para evitar que se venga abajo todo el teatro con sus cortinajes, sus focos, sus butacas y toda la parafernalia que nos mantiene tan unidos y tan fraternalmente felices. Erasmo lo vio muy clarito y nos lo contó en el Elogio de la locura: 

Si alguien se propusiese despojar de las máscaras a los actores cuando están en escena representando alguna invención, y mostrase a los espectadores sus rostros verdaderos y naturales, ¿no desbarataría la acción y se haría merecedor de que todos le echasen del teatro a pedradas como a un loco?

No podríamos hacer algo así, ¿verdad? Eso sólo se le ocurrió a Don Quijote. Es mejor seguir estrechando la mano de un criminal rico que provocar un conflicto en su cara; es mejor ser amigo del que asesina a decenas de personas cada día, con la vergonzosa anuencia de todas las demás naciones; es mejor sonreírles y darles palmaditas en la espalda a los criminales de guerra, y a los criminales de la paz, a los que predican lo que jamás cumplen, a los que se ríen de Occidente mientras hacen lo que les da la gana en Oriente, y viceversa; a los que abogan por la libertad mientras amordazan y matan a sus verdaderos paladines.

Contra el vicio de la sinceridad, la virtud de ser hipócrita. Contra la inmoralidad, el imperativo de la diplomacia.

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