jueves, 2 de febrero de 2012

De malas noticias están los periódicos llenos

Una de las cosas que procuro hacer a diario por puro placer, además de comer chocolate, es leer el periódico o ver las noticias en la televisión. Lo que he descubierto últimamente es que esas dos actividades de nalgas en reposo son, en cierto modo, un acto de autodaño, lo que me hace temer por mi salud mental.

Resulta que el chocolate le sienta fatal a mi cuerpo, aunque en lo que se refiere al alma me la alegra de inmediato. Yo sé que no debería comerlo, que engorda muchísimo, y cada vez que me encuentro un michelín nuevo o constato que mi barriga podría convertirse en una media esfera de aspecto desagradable, enseguida me acuerdo del maldito chocolate y me pongo a despotricar y a jurarme a mí misma que no volveré a comerlo. El malestar que me producen esos indeseables descubrimientos, sin embargo, no consigue vencer a mi cupiditas. ¡Ay, la famosa cupiditas latina! Cuánto placer y cuánta tragedia derivada de ella. Y si no que se lo digan a Celestina, y a Sempronio y a Pármeno, y a Elicia y Areúsa, y no digamos a Pleberio, que menudo ejemplar se inventó Rojas.

A diferencia de lo que me pasa con el chocolate, que al fin y al cabo me produce un innegable goce, lo que me ocurre con las noticias diarias empieza a ser realmente preocupante: leerlas o verlas me provocan un irremediable malestar que me afecta al cuerpo, a la mente y al mismísimo espíritu. ¿Y qué hago para ponerle remedio? Nada, sigo en mis trece, viendo y leyendo noticias que sé de antemano que me pondrán de mal humor, que me provocarán náuseas y que me harán desear que todos los malnacidos del mundo revienten de una vez y dejen de fastidiar a las buenas gentes de este planeta. No puedo evitarlo.

Contrariamente a lo que podría parecer, no soy una persona negativa, al contrario, mi optimismo me lleva una y otra vez a intentar encontrar alguna noticia en la que se diga que la justicia ha triunfado en este país, que los cómplices de asesinato y crímenes de lesa humanidad son castigados en lugar de ser homenajeados hasta el delirio como supuestos padres de la patria. ¿Nos hemos vuelto amnésicos o qué?

Me gustaría leer en algún periódico que las víctimas del robo masivo que han llevado a cabo bancos y altos cargos no tienen que sacrificarse ahora para pagar los desvaríos y la avaricia desmedida de individuos sin escrúpulos. ¿Y somos nosotros los que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades?

Quiero sentarme un día delante de la tele y ver que han encontrado a todos los implicados en los robos de bebés durante décadas, los que estaban dentro de la Iglesia y los que la servían desde fuera, aquellos que estaban, y  están, en contra del aborto y que obligaban a las madres solteras a tener a sus bebés para arrebatárselos de inmediato y regalárselos o vendérselos a “personas decentes”, católicas, apostólicas y romanas.

Fue una alegría leer ayer que por fin se escucha a la gente que ha tenido las agallas de denunciar las barbaridades cometidas en este país durante la Guerra Civil. Lo sé, hubo tropelías y asesinatos en los dos bandos. Lo que no podemos ignorar es que los verdugos siguieron existiendo después de la guerra, y entonces ya sólo había un bando. ¿Por qué la comunidad internacional reconoce los crímenes de unos dictadores y de otros no? ¿Por qué en algunos casos se clama sin tapujos que ha habido genocidio y en otros en los que se han perpetrado los mismos crímenes solo se habla de “manos limpias”?

En este país la justicia no es ciega, es descaradamente partidista y sigue creyendo a pies juntillas en la existencia de un contubernio cuyo nombre completo solo puede ya provocar la risa.

¡Uf! Todavía no he visto hoy las noticias y ya estoy con la tensión disparada. Será mejor que me coma un trocito de chocolate, a ver si me calmo hasta la hora del Telediario.

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